domingo, 29 de noviembre de 2015

R.P. TRINCADO - SERMÓN EN EL PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO




La Iglesia quiere que en el Adviento preparemos nuestras almas para Navidad. Explicaremos brevemente la Epístola, a partir de comentarios de Santo Tomás de Aquino:

Ya es hora de levantarnos del sueño, comienza diciendo San Pablo en la Epístola de hoy. Ya es hora de levantarnos del sueño, porque ahora está más cerca nuestra salvación que cuando empezamos a creer. Este sueño es el sueño de la culpa, según Ef 5, 14: Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y el Señor te alumbrará; o el sueño de la negligencia o tibieza, según Prov 6, 9: ¿Hasta cuándo duermes, oh perezoso? Es tiempo, entonces, de levantarnos del sueño de la culpa por la penitencia, o del sueño de la negligencia por el vivo deseo de obrar el bien. Este despertar consiste en alejarse de la oscuridad del diablo y acercarse a la luz de Dios; por eso se dice en Sant 4, 7-8: Resistid al diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros.

La noche está avanzada y el día está cerca; dejemos, entonces, las obras de las tinieblas, y revistámonos las armas de luz. La noche es la vida presente por las tinieblas u oscuridad de la ignorancia que padecemos en esta tierra. El día es la bienaventuranza futura, por la claridad de Dios con la que son iluminados los santos. También la noche significa el estado de pecado mortal y el día, el estado de gracia, por la luz espiritual que sólo tienen los justos.

Las obras de los pecadores se llaman obras de las tinieblas: 1° porque en sí mismas son contrarias a la luz de la razón, con la que deben iluminarse las obras humanas. Todo pecado es algo contrario a la razón. 2° porque muchas veces las malas obras se hacen en la oscuridad material: el ojo del adúltero está aguardando la oscuridad, se dice en Job 24,15. 3° porque por ellas va a dar el hombre a las tinieblas del infierno, según aquello de Mat 22,13: echadle a las tinieblas exteriores.

Revistámonos las armas de luz y andemos como de día, honestamente. Es decir, en gracia de Dios, en buenas obras. Terminada la noche, deben cesar las obras de la noche o de la oscuridad. La noche terminó para cada uno de nosotros con el Bautismo, o con la posterior enmienda de la vida, si recaímos en la oscuridad del pecado que priva de la gracia. La noche termina, para las almas que han ofendido gravemente a Dios, cuando rompen con el demonio, cuando se resuelven a amar a Dios.

Andemos como de día, honestamente, no en banquetes y borracheras, no en lechos y lascivias, no en contiendas y rivalidades. Se deben evitar todas las obras oscuras, las obras de los pecadores, de las que enumera algunas a modo de ejemplo: banquetes, en los que hay gula y falta de templanza o moderación en cuanto al comer; lechos, palabra que acá significa la impureza y la pereza o negligencia; borracheras; finalmente: contiendas y rivalidades, porque se dice en Sant 3,16: Donde hay celos y querellas, allí hay desorden y toda clase de vicios. Y en Prov 20, 3: Es honra para el hombre el apartarse de altercados; pero todos los insensatos se meten en pendencias.

Antes bien, revestíos del Señor Jesucristo, y no os preocupéis por servir a la carne en sus malos deseos. Para evitar los pecados u obras de las tinieblas y hacer la voluntad de Dios, debemos revestirnos de Cristo, en quien están perfectamente todas las virtudes; es decir, debemos dejar que Cristo tome posesión de nuestras almas. Por eso San Pablo dice (Col 3 9-10): Todos los que habéis sido bautizados en Cristo estáis revestidos de Cristo. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del nuevo. Nos revestimos de las armas de luz o de Cristo, cuando vivimos unidos a Dios, en gracia; cuando nos esforzamos por imitar sus virtudes, por hacer fructificar la semilla de santidad que Dios nos infundió en el alma con el Bautismo.

Estimados Fieles: para imitar las virtudes de Cristo no basta el esfuerzo, sino que también es necesario orar. El Adviento debe ser un tiempo de mayor penitencia y de mayor oración. Decía san Alfonso: el que ora se salva y el que no ora se condena. Y el que ora mucho hace un gran bien a su alma y a todas las almas. En esta época terrible es más necesario que nunca orar mucho, y para eso el Cielo nos ha dado una invencible arma de luz: el santo Rosario.